lunes, 7 de noviembre de 2016
De amputaciones y miembros fantasma.
Cuando una parte del cuerpo falla, fallará todo lo demás, y por eso existen las amputaciones: no hay cuerpo saludable con un pie engangrenado, con una mano destrozada, así como no hay forma de que la vida siga su curso si se arrastran los fantasmas del pasado. Ayer decidí amputarte, porque tu recuerdo me pesaba, porque tu voz me atormentaba, y porque todo iba bien, menos la parte que eras tú. Decidí amputar todo rastro tuyo de mi cuerpo, de mi cuarto, de mis muebles y de mis búsquedas recientes, porque detenerme en cada recuerdo era prolongar una agonía. No hay manera de cargar con tantos mil recuerdos sin perecer en el intento, no hay manera de cargar nuestro universo a cuestas sin que las vértebras se vuelvan cal. Y si te dicen que ya te olvidé, no es eso, es solo que se me hizo más fácil amputarte, ponerte en un frasco y continuar, porque ni yo sería capaz de seguirte velando en mi interior. Camino de frente y sin dolor, solo queda la molestia de la cicatriz de esta cirugía, de este exorcismo, de esta ceremonia de borrarte al estilo de Clementine, de esa Clementine que ahora soy y de ese Joel que ahora eres. Ahora no eres más que alguien más, a quien debo evitarle la mirada para no tener este síndrome del miembro fantasma, que a fin de cuentas sigue siendo un fantasma acechando. Y desde la cicatriz te digo, que elijo no hacer caso, que elijo indiferencia sobre melancolía, y que la cicatriz en la que te convertiste es solo una cicatriz que ya ni dolerá, porque está empezando a cicatrizar.
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