Mi cabeza es un mausoleo de
paredes eternas. Pasillos y corredores que incrementan la angustia de todos
esos habitantes que buscan desesperados una huida.
¿Porqué no pueden salir? Se empujan,
corren, se avientan, ya no pueden.
Y el mausoleo se empieza a
inundar. -¡Corran, corran que nos lleva el agua!
Pero ya no importa. Es tal
aquella confusión que da igual si se matan entre ellos, si se ahogan, si nadan
o si escapan. Esas paredes se van a terminar rompiendo.
Y así, a la hora del
crepúsculo, es cuando un ave se posa sobre él. El ave sobre el mausoleo. Se ve
tan hermosa a contraluz.
Pobre ave. Ojalá escape a
tiempo, antes de que comience la catástrofe.
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