Ella era fuerte. Se ocultaba tras un muro imaginario,
pero consistente. Construido desde polvo y cimentado con dolor. Lo levantaba
con odio y gran orgullo. Tras él, se encontraba su sombría, frágil y misteriosa
figura. La de la chica de ojos vacíos y oscuros, ocultos tras una cortina de
cabello tan negro como el universo, y perdidos en él. Aquel cuerpo resguardaba
un alma poderosa, en el fondo blanca y pura; ensombrecida a la fuerza por el
tiempo. Y una lágrima rodó.
Aquellas cicatrices que mostraban el pasado, empapado en soledad.
Sola....así vivía, así moría día con día al destilarse su corazón. Aquel
corazón que había abandonado su cuerpo, traspasando dimensiones. Se marchó con
su fantasma, con el fantasma de un recuerdo, de lo que había sido. Y una lágrima
rodó.
Aquella chica desolada, azotada por el vacío, estaba ausente...le faltaba algo.
Se sentía vacía. Se le escapó la vida.
Ella no tenía nombre....se lo había robado el viento, o tal vez se le olvidó.
Quería abandonarlo todo; lo que un día había sido y lo que restaba de ella.
Después de todo, su esencia la había abandonado.
Se recostó, pensó por última vez en este mundo desolado. Vio al cielo. Las
estrellas la esperaban...Contempló la luna, cerró los ojos....suspiró y partió
de este mundo.
Estaba inerte...estaba muerta.
Y una lágrima rodó.
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