jueves, 5 de noviembre de 2015

El comedor está vacío...

Yo quería que te quedaras. No como se quedan esos novios de ratitos que aprovechan cualquier pretexto para estar ahí un poco más... o tal vez sí, con esa misma emoción momentánea que hace que todo el mundo se quede afuera y que nada importe más. Eso me hacías sentir... y eso creí que sentías tú también. Tu piel siempre fue mi brasa favorita, tus ojos mis bolas de cristal, tus labios siempre fueron cosa de otro mundo, o del diablo, no sé. ¿En qué momento se extinguió? No era fuego, era algo más, más electrificante y más intenso, más aterrador. Muchos le tienen miedo al olvido, pero cuando se pierde un pedazo de la misma vida, más que atemorizante suena reconfortante. ¿Qué se sentirá ya no sentir este vacío? Y es que no es que duela, más bien pesa. ¿Algún día dejaré de sentir cómo se me sume el estómago, cómo se comprimen mis pulmones cuando pienso que ya no te veré asomarte a la ventana? Creí que era el primer amor el que dolía, el que calaba más hondo, pero ¿qué iba yo a saber? solo era una niña que creía haber conocido el amor... pero como tantas veces, estaba equivocada.

martes, 16 de junio de 2015

Cero claridad

Retrospectiva: dícese de la palabra que te lleva al pasado. Que te hace comparar el punto del que partiste al que alcanzaste en la actualidad. En mi caso, generalmente una retrospectiva de vez en cuando es buena, porque sé que he mejorado mucho a lo largo del tiempo... Pero no en todos los sentidos. Puede que he mejorado yo, pero mi vida tiene fragmentos que todavía no ceden los cabrones. Cuando se tiene todo -o aparentemente se tiene todo- no hay porqué mirar atrás; no hay algo qué valorar. Pero cuando hay una carencia es cuando volteamos a nuestro viejo amigo el pasado, y ahí si: "¿Porqué me paso esto? ¿Porqué a mi? No me lo merezco. Hubiera. Hubiera, hubiera, hubiera..."
La realidad es que la vida es una serie de actos y consecuencias, de acciones y reacciones. Aunque muchas veces se torna impredecible, la mayor parte se puede controlar: depende de nosotros. 
Así como depende de nosotros, que la próxima vez que nos asomemos a nuestra vida en retrospectiva, sea en picada, sabiendo que estamos mucho más arriba que aquel día. Y si no es así, nunca es tarde para empezar a escalar. 

domingo, 18 de enero de 2015

Crónica de un accidente fatal

Un domingo cualquiera, decidimos visitar San Cristóbal. A pocos kilómetros de iniciar el viaje, tráfico: una fila de vehículos con las intermitentes encendidas, acercándose a un punto que desde lejos olía a tragedia. Un letal accidente. La piel se va erizando a cada vuelta de la rueda, que nos deja ver agentes de la policía, de tránsito, ambulancias, hasta los bomberos están ahí. Y apenas tenemos unos momentos para apreciar el panorama: dos autos destrozados. Un accidente que, por el ángulo, no se explica cómo fue. Y un calor sale del pecho y recorre todo el cuerpo al ver que dentro del Mustang, aún hay una persona. Lo más escalofriante es que, sin ser perito, sabes que ya no tiene vida. ¿Será que ella iba manejando? ¿Qué sintió en los últimos momentos? ¿A dónde iba? ¿Qué va a decir su familia? Interrogantes que impiden asimilar lo que se acaba de presenciar, algo tan fuerte que hace enmudecer el estéreo del carro al pasar. Silencio, angustia... Y eso que solo pasamos por ahí. ¿Qué tal que hubiéramos pasado 20 minutos antes? ¿Esa desdicha nos hubiera tocado a nosotros? Es muy fuerte todo lo que pasa por la mente. Cómo la vida se puede acabar de un momento a otro, sin distinciones, sin excepciones... No parece justo, y aterra el simple hecho de pensar que nadie está exento de la muerte, sin importar que estés a punto de graduarte, que alguien te espere en casa, o que tengas trabajo pendiente. La pura idea es aterradora. 

Todos deberíamos morir al final, después de haber logrado todas nuestras metas. La vida no debería quedar interrumpida por un accidente, un descuido, un instante.