sábado, 7 de septiembre de 2013

A las doce de la noche

Llevo ya varias tazas de café. ¿Cuántas vece me he dicho que no debo tomar más tazas de las que puedo soportar? Y lo peor, es que combino la cafeína con esa asquerosamente bella canción que me taladra el cerebro. Soy una aferrada, lo admito. Dicen que es mejor quedarse con los recuerdos bonitos, pero créanme: ¿no sería preferible no tener ningún recuerdo, en vez de la angustia que provoca evocar cosas que no volverán a suceder? Eso me hace sentir miserable.
¿Qué capacidad de almacenamiento tendrá mi cabeza? Y créanme, que le he metido muchas... cosas, que podrían alterarla demasiado. Es solo que no sé qué tanto aguante, o si el área de las emociones y la melancolía es tan resistente como todo lo demás. Ojalá no.
Haré un té con mis recuerdos. Creo que puedo extraerlos de mi memoria, envolverlos en un pedazo de papel de fantasías y echarlos en agua hirviendo. Y lo gracioso, es que me bebería esa infusión.